CRÓNICA DE LA ASCENSIÓN AL ANETO

 

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Después de un viaje largo y caluroso en la tarde del viernes, apenas ya con las últimas luces del día llegamos a la Besurta, en la cabecera del valle de Benasque en Huesca. Allí estaba puntual y a la espera nuestro guía, amigo y compañero, Pedro Arceredillo mirando a lo lejos los neveros de las Maladetas.

Tras los saludos a los nuevos acompañantes (Fray Domingo de Melgosa, José Manuel y Ana Paula..) que esta vez son muchos, comenzamos a plantar las tiendas de campaña y preparamos la cena entre el ataque masivo de los hambrientos mosquitos.

Con las primeras estrellas y una tímida luna nos vamos acostando todos esperando dormir unas pocas horas antes de comenzar la ascensión al Aneto.

aA las cuatro y media nos levantamos bajo la escarcha, recogemos tiendas, sacos, y con la mochila a la espalda bajo la atenta mirada de las estrellas empezamos a dar los primeros pasos del día. Con los frontales encendidos vamos ascendiendo la senda que serpentea hacia el Refugio de la Renclusa, como una enorme oruga nos movemos al paso firme y pausado de nuestro guía. Delante y detrás de nosotros una multitud nos acompaña en un mismo destino.
aLentamente los primeros rayos de luz encienden el blanco nevado de las cimas y el dorado de las rocas en las crestas de las Maladetas, desaparece el último lucero del alba cuando llegamos al refugio de la Renclusa. Aquí está uno de los refugios más antiguos y conocidos del Pirineo, a su lado los escombros de la última reforma que ya vimos dos años antes deterioran este entorno natural.
aPoco más adelante, y al romper los primeros sudores, cogemos agua, nos protegemos del sol que ya tenemos encima y seguimos ascendiendo cada vez mayor pendiente hacia el paso del Portillón. Por una canal estrecha y empinada ascendemos hacia un pequeño collado, hemos dejado atrás a toda la multitud, dejamos atrás también las Maladetas y a nuestro frente se abre blanco y luminoso el glaciar del Aneto.
aPoco a poco trazamos la senda tendida que atraviesa este glaciar, nuestro grupo se estira, el horizonte es amplio, el sol va ascendiendo y hace brillar la nieve, la mañana es expléndida. El paso es tranquilo, estamos ante una montaña agradecida, vamos pisando por el vientre blanco del Aneto mientras llegamos al collado de Coronas. El camino deja de ser suave, al frente está la cumbre y nos espera media hora con un fuerte repecho. Reponemos fuerzas, concentramos al grupo y respiramos con el corazón ese aire tranquilo de la montaña.
aNuevamente ascendemos, nos queda la última parte y nuestras fuerzas están intactas, aumentan nuestros latidos por la pendiente y tras veinte minutos ponemos fin a esta parte de la ascensión. A unos cien metros vemos la cumbre protegida por un sable erizado de piedra que forma el paso de Mahoma, la última o más bien la primera dificultad de este día; nos acercamos, Pedro tiende una cuerda para así ir todos asegurados y perder el miedo por ese paso alto, delgado y protegido.

aAbrazamos las piedras que como muelas gigantes nos acercan a la verdadera cima, son apenas treinta metros de vértigo que hay que superar para abrazar a la Cruz, blanca como la nieve de sus pies, que corona la cima, que los brazos abiertos contempla impasible el horizonte sembrado de montañas. A su lado, sobre una columna de metal hay también una imagen humilde de la Virgen del Pilar, regalo de Aragón a su montaña más alta y más bella. Y ante tanta calma, ante la paz de la montaña perdemos la mirada por los cuatro puntos cardinales plagado de montañas. Sentados sobre el techo del Pirineo, descansamos, hablamos, hacemos fotos, portamos una sonrisa en las miradas...

aTras un largo tiempo de calma, de disfrute y de descanso, volvemos a pasar el estrecho paso de Mahoma, esta vez con menos miedo. Comenzamos el descenso del glaciar con frecuentes caídas sobre la nieve blanda. Bajamos el mayor glaciar de España sobre su vertical, metros y metros de nieve y desnivel, hasta que aparecen las primeras rocas de granito. De las últimas nieves brota un caudal abundante de agua transparente que se precipita en saltos y más saltos, donde se van juntando pequeños torrentes que se precipitan en pozos de espuma y esmeralda.
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Se va formando un pequeño valle ruidoso por el agua. Volvemos la mirada muchas veces sobre la cumbre y nos parece cada vez más hermosa. Aparecen poco a poco las primeras hierbas, y las primeras flores. Pronto aparecen los primeros pastos y con los pastos dos lindas terneras, de pechos blancos y muchos encantos; miramos, nos miran, sonríen ... y nos vamos.
aHemos dejado la nieve y la roca y aquellas aguas salvajes se tornan mansas (como nosotros), el río traza curvas largas y perezosas sobre la pradera, el valle se abre plano bajo la falda del Aneto, ahora nuestro caminar es más tranquilo, vamos por un camino zigzagueante y bien trazado, volvemos la mirada muchas veces sobre la cumbre, van apareciendo en la pradera más personas.

aDe repente el río se precipita por una caída múltiple sobre un barranco, formando una gigantesca cascada de espuma blanca en su caída. Todo el agua se precipita en un salto de treinta metros, el ruido es estruendoso y junto a los chorros de espuma blanca y azul aparece un arco iris. Detrás sigue el Aneto majestuoso como un rey vestido de armiño blanco, las cascadas nos parecen ahora sus lágrimas, y ahora sí posamos sobre la cumbre nuestra última mirada. Estamos en el Forau de Aigualluts; poco más adelante sus aguas se juntan nuevamente, y en un tajo profundo, el río esconde sus aguas en la profundidad de la tierra.

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aAún nos quedan unos cientos de metros caminando sobre la pradera y en este profundo valle formado por un antiguo glaciar, entre montañas de más de tres mil metros a sus lados, las Maladetas a un lado y el Salvaguarda por el otro, y así llegamos todos a comer y descansar después de un gran día de montaña.

E H A