CRÓNICA DE LA ASCENSIÓN A LA MUNIA

 

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Tras una noche lluviosa, amanece el día despejado de nubes en el cielo, apenas se ocultan las últimas estrellas dejan el cielo limpio, azul y transparente en el angosto y vertical valle de Pineta. En el moderno y funcional refugio, terminamos un buen desayuno con unas dulces y potentes torrijas caseras y subimos a los coches. Descendemos el valle estrecho y escarpado y desde Bielsa subimos por la carretera de Francia, dejamos atrás la antigua aduana y donde antaño estuvo el Hospital de Parzán, a la entrada de una pista, a la izquierda de la carretera dejamos los coches.

aLa mañana, es espléndida, luminosa, la temperatura ideal para comenzar a templar pierna. Seguimos el curso del rio Barrosa durante más de una hora, partimos de 1400 metros de altitud , al frente se alza un circo majestuoso, abierto en forma de artesa, es un antiguo glaciar, amplio, soleado, tapizado del verde de los prados, donde pasta un buen rebaño de vacas, en las paredes del circo pinos oscuros , pedregales, roquedos que contemplan nuestro paso, y en lo alto, las cumbres con su velo de nieve. Poco a poco y siguiendo el curso de las aguas frías y trasparentes vamos remontando el valle.

Nos vamos acercando al circo de Barrosa, cabecera del antiguo glaciar, ante nosotros se alzan las paredes formidables del circo, nos desplazamos a la derecha y vamos ascendiendo en diagonal, algunas marmotas somnolientas nos salen al encuentro, también varios rebecos nos observan. Comenzamos a ascender y vamos dejando abajo el valle, la ascensión comienza poco a poco y con un paso firme y seguro encaramos los primeros neveros.

aEl sol también se eleva a nuestros pasos y comenzamos a ver la sucesión de cumbres, nevadas, solitarias y firmes que componen la inmensa cordillera del Pirineo. Después de ascender varias horas llegamos al collado, y a nuestro frente se alza desafiante el cordal de la Munia. Desde el collado observamos al frente, las tres señoras blancas del parque de Ordesa (monte Perdido, el Cilindro, y el Soun de Ramond), a su izquierda la Punta de las Olas y las Tres Marias, estamos en reino de la alta montaña. Allí reponemos fuerzas, almorzamos y nos disponemos a afrontar la última parte de nuestra ascensión.
aCon las mochilas a la espalda dejamos de caminar sólo con los pies y comenzamos a trepar las primeras paredes buscando la cumbre, el hielo se mezcla con la nieve y la piedra, las paredes se estrechan y el corredor hacia la cima se ondula ligero y vertical, seguimos ascendiendo cada vez con más dificultad, aparecen ya las delgadas aristas que anuncian cumbre. Por pasos sucesivos, esbeltos, aéreos, vemos cerca ya la cima. La dificultad es alta, el paso pausado y cuidadoso, a nuestros pies cortados a cuchillo hay dos abismos, se impone la prudencia. Después de sortear los últimos obstáculos y la ligera arista que separa a Francia de España, hacemos cima , 3144 metros.

Sobre lo alto de la Munia respiramos más tranquilos, recobramos el pulso y nuestra vista se pierde sobre un mar de montañas que tocan el cielo. A nuestros pies queda la tierra, verde de los prados, negra de la piedra, gris de la calima en el horizonte. Todo es paz después de un gran esfuerzo, entusiasmo por haber llegado a lo más alto. Allí entre el cielo y tierra apenas hablamos, perdemos la mirada ante el infinito mientras el viento sopla frío y con fuerza. Tenemos que continuar con el descenso.

Dejamos atrás la cumbre y destejamos la difícil ruta del ascenso, con pasos cortos, medidos y precisos, vamos descendiendo. Dejamos la roca y caminamos por nieve, pasamos el collado de Robiñeras, y dejamos al lado los dos lagos helados de la Munia, seguimos y seguimos bajando.

aEn medio del manto siempre blanco de la nieve, miles de metros y metros de descenso, van pasando las horas y sentimos todos el cansancio. Al terminar las nieves comienzan los primeros torrentes fruto de la nieve derretida. Aparecen los primeros valles, las primeras plantas, las primeras flores moradas de montaña... Volvemos a pisar la tierra. Las aguas van creciendo y se despeñan por altas cascadas de espuma blanca. Nuestras piernas se endurecen, el cielo se torna gris y el cansancio hace mella en nuestras fuerzas. Hemos llegado a los llanos de Lalarri, el valle se abre verde lleno de pastos, aparecen los primeros rebaños de vacas, y aparece de nuevo al frente el valle de Pineta.

Comienzan a caer las primeras gotas de lluvia, nos acercamos a un bosque espeso, oscuro, fresco, lleno de vegetación. Grandes hayas mezcladas con pinos y boj nos protegen de la lluvia. Se forma una tormenta gris y oscura, cada vez estamos más cansados, el descenso es más fuerte. Por fin vemos el fondo del valle, y allí en prado humilde se alza austera, la vieja ermita de Pineta, dentro está esa pequeña Virgen de la Montaña que sonríe nuestra llegada, se oficia una misa, mientras la lluvia no cesa.
Hemos concluido una jornada dura, hermosa y memorable.

E H A